Frutos en lo Imposible

“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…”
— Juan 15:16
Un mango donde nadie lo esperaba
Me encantan los mangos. En su temporada, disfruto cada oportunidad de saborearlos. Una tarde de sábado, después de una intensa jornada de trabajo en la oficina, salí al patio para estirarme un poco y relajarme.
Bajo la sombra de varios árboles de mango, comencé a recoger los frutos caídos. Fue entonces cuando un compañero me llamó la atención hacia algo inusual: un mango colgaba de una parte del árbol que, años atrás, había sido cortada.
Esa sección, por mucho tiempo, parecía estéril. Mientras el resto del árbol rebosaba de frutos, ese punto del tronco se veía seco… sin vida.
Pero allí, justo donde nadie esperaba nada, brotó fruto. Y no cualquiera: uno completo, maduro, lleno de vida.
El milagro de seguir conectado
En ese instante lo entendí:
No hay lugar imposible para producir fruto.
A veces, la esterilidad no está en el terreno… sino en nuestras creencias. Nos convencemos de que ciertas áreas de nuestra vida están secas para siempre. Pensamos que lo que fue herido o interrumpido jamás podrá florecer de nuevo.
Pero si permanecemos conectados al árbol correcto —Cristo—, incluso lo que fue cortado puede volver a dar fruto.
“Aun en la vejez darán fruto; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia.”
— Salmo 92:14-15
Aunque te hayas quebrado… no estás seco
Aquel pedazo del árbol no se olvidó de lo que era.
Aunque había sido herido, seguía unido al tronco.
Seguía recibiendo vida.
Y cuando llegó el tiempo, fructificó.
Lo mismo puede pasar contigo.
Quizá piensas que hay una parte de tu vida que ya no servirá para nada.
Quizá una herida te hizo creer que ya no puedes florecer.
Pero Dios no ha terminado contigo.
“Él da fuerza al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas.”
— Isaías 40:29
¿Qué parte de ti diste por perdida?
Una oración sincera
Señor, a veces creo que hay partes de mi historia que ya no pueden dar fruto. Me siento estéril en ciertas áreas, seco/a, incapaz. Pero hoy reconozco que, si permanezco en Ti, incluso desde mis heridas puede brotar vida. Sana mis dudas, restaura mis esperanzas, y hazme dar fruto donde nadie —ni siquiera yo— lo esperaba.
En el nombre de Jesús,
Amén.